Hacer un viaje por aire y tierra sin tener que cambiar de vehículo ya es posible con estos modelos híbridos: sólo hace falta apretar un botón y 154.000 euros. Aunque habrá que esperar para huir del tráfico, ya que estos aviones rodantes necesitan licencia de piloto
Ian Fleming, el mismo autor británico que convirtió en leyenda al agente 007,
fantaseó en los 60 con un viejo coche destartalado capaz de volar. Chitty Chitty
Bang Bang, además de ser un icono infantil de varias generaciones, recoge una idea
tan vieja como el invento de los hermanos Wright: dos medios de locomoción en uno.
fantaseó en los 60 con un viejo coche destartalado capaz de volar. Chitty Chitty
Bang Bang, además de ser un icono infantil de varias generaciones, recoge una idea
tan vieja como el invento de los hermanos Wright: dos medios de locomoción en uno.
La Administración Federal de Aviación americana (FAA) ha dado un paso decisivo en
la certificación final del Terrafugia Transition como modelo de avión ligero, con sus 649
kg de peso máximo al despegue (incluidos dos pasajeros y combustible). La compañía,
al hilo del permiso, ha anunciado que tendrá listos sus aparatos a finales de 2011.
«Ha habido una pequeña desinformación que se ha transmitido en línea.
La exención de peso concedida por la FAA de 49 kilos por encima de la tipología
en la que queremos entrar es fundamental para la concesión de la licencia final,
pero no es la certificación como tal», explica a este suplemento Richard Gersh,
vicepresidente de Terrafugia. La empresa, formada por antiguos alumnos del MIT
(Instituto Tec. de Massachusets) se compromete a fabricar su coche de forma masiva.
Esta producción industrial (que esperan esté entre las 300 y 400 unidades anuales en
los próximos cinco años) asegura un precio de venta de 154.000 euros. «Cualquiera
puede comprar un Ferrari, pero el Ferrari no vuela», afirma Gersh. Además, aseguran
que ya tienen un pedido reservado de 70 unidades.
La idea explotada por el departamento de marketing de la empresa, parece prometer
a los futuros propietarios el poder de echar a volar en medio de un atasco. Una vez
convencidos por la artimaña, la compañía rectifica: no se trata de un coche volador,
sino de un avión rodante. Es decir, sólo apto para pilotos con licencia que, por
supuesto, tengan carné de conducir. Si alguien quiere solicitar una unidad tendrá
que tener ambos papeles en regla, informarse del aeropuerto más cercano y con
una pista de más de 750 metros, pedir permiso, pagar las tasas y presentar el
plan de vuelo. Despegar en medio del tráfico todavía queda lejos. Para pilotos
privados, el Terrafugia ofrece varias ventajas: por el mismo precio, contar con
dos vehículos, ahorrarse el alquiler o la compra del avión y de la «plaza de garaje
aérea»; una vez en tierra y apretando un botón, la transición de 30 segundos,
permite continuar viaje como una berlina más con las alas plegadas a los lados.
Sus medidas como coche son dos metros de alto por cinco de ancho y su envergadura
como avión, ocho metros y medio. Alcanza una altitud de 3.000 metros y una velocidad
de 185 km/h en el aire y de 104 km/h en tierra. La distancia de recorrido: 650 km.
Su motor es de explosión, con pistones, igual que los coches, y el combustible es
el mismo. «Lo novedoso es que han conseguido hacer la transición fácil, con un
solo motor y que no hay necesidad de montarlo», explica Jose Manuel Gil García,
ingeniero técnico aeronáutico.
Una obsesión histórica
El Terrafugia Transition no es el primer vehículo de estas características,
ni siquiera en lo que a aspiraciones comerciales se refiere. Hace falta retroceder
hasta principios de siglo para encontrar documentación sobre estos primeros
ingenios volantes. En noviembre de 1921, Rene Tampier voló con éxito sobre suelo
francés en un biplano rodante; sus alas se recogían a lo largo de los lados y un el
tren de aterrizaje era de cuatro ruedas para ganar estabilidad.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la fantasía fue más allá: ¿qué mejor forma de
sorprender al enemigo que colocar los propios tanques desde el aire?, ¿y descargar
un buen número de
jeeps? En 1940 el ingeniero soviético Olag Konstantinovich Antonov echó a volar el
Antonov KT, un
carro de combate planeador, cuya escasa fabricación se abandonó por falta de
presupuesto e interés. Por la misma época, Raoul Hafner en Inglaterra probaba
suerte con un jeep para cuatro personas.
Pero no hace falta irse tan lejos. Algunos aviones rodantes han sido anunciados en los
últimos
años y otros esperan poder realizar sus entregas: el modelo para uso militar Transformer
TX Flying Humvee o el medio coche-medio parapente Parajet están en proceso.
Los hay que usan etanol como el Skycar de Moller International,
anunciado para 2012 por un precio de 398.000 euros y otros que tuvieron gran eco,
pero que se han quedado aparcados por falta de financiación.
Es el caso del AirCar de Milner Motors. Un modelo que se mostró en
el Auto Show de Nueva York de 2008) y que se ha dejado de desarrollar.
«Terminamos el prototipo rodante del AirCar para la expo, pero nos hemos
centrado en nuestro coche eléctrico. Se requiere la contratación de una empresa
de ingeniería y eso es bastante caro. Si se construyera, estimamos que el coste
sería de unos 358.000 euros», explica Jim Milner, fundador de Milner Motors.
Los problemas que se han afrontado desde entonces ocupan una lista nada desdeñable de
retos mentales: «los motores de los aviones y de los coches no se mueven igual.
Los de los aviones
están diseñados para funcionar a un número de revoluciones constante.
Los de los coches
tienen
que ser mucho más flexibles. La transmisión de potencia a las ruedas o a la hélice también
plantean problemas», detalla Gil García. Además el volante de un coche no contempla
la tercera dimensión arriba-abajo y que la dirección de los aviones se realiza mediante
pedales, así que aunar los modos de navegación tampoco es tarea fácil.
A día de hoy y a falta de regulación de tráfico aéreo, miles de Chitty Chitty Bang Bang
sólo trasladarían el tráfico al cielo sin ahorrar a nadie la cola para ir a la playa.